
Amortizas la sobredosis de oxígeno con deporte para descubrir que ya no tienes veinte años y los diez con el culo pegado al sofá te han dejado la espalda torcida y quince kilos de más. Te pasas a la gimnasia de mantenimiento, el Chi Kung, el Yoga. Haces el saludo al sol y el movimiento del fuego que ni Goku soltando kamekamehas. Te compras una esterilla de las buenas. Instalas Myfitnesspal en el móvil y venga a contar: calorías, carbohidratos, raciones de fruta y verdura, lo que sea; cambias azúcar por infusiones y espaguetis integrales, aunque tú te comerías un Obélix glaseado. Pasas de no hacer nada a hacerlo todo, y la cosa te sienta incluso bien, aunque aquello es de un sacrificado que no te da la vida; sigues por tu salud y porque, efectivamente, eres una señora con mucho tiempo libre en pleno proceso de ensimismamiento.
La migración me trata bien en lo económico. Evoco la amargura de vivir a un imprevisto del abismo, los remordimientos por un gasto banal, la incomprensión del mejor situado, la lucha permanente contra el desánimo mientras malgastas tu juventud intentando salir de la precariedad... y es como si todo aquello le hubiera sucedido a otra persona, en otra vida. Ya no me preocupa si llegaré a fin de mes, sino cuánto podré ahorrar, pero mi cabeza sigue en estado de emergencia y los valora al mismo nivel. Como con el tabaco, estoy atrapada en un esquema mental que ya no vale y vivo mi nueva realidad material entre la incredulidad y el duelo, porque de la pobreza se sale con culpa de superviviente y pánico a volver.
Estudio la oferta de máster en otras universidades a distancia, todas privadas y muy caras, pero que con la beca de matrícula del Ministerio resultarían pagables [1]. Veo que supero el tope de renta máximo en una cantidad obscena y me inunda la vergüenza de haberlo pensado. Estreno tele nueva, más grande, que compré sin esperar a que se rompiera la pequeña; en las noticias piden donaciones para las víctimas de un desastre que hace un lustro habría despachado con que la caridad es un parche, las ONG buitres de la miseria ajena y yo no tenía ni para pipas. En la web de donaciones me preguntan si prefiero salvar niños haitianos o mozambiqueños. Pido un recibo para desgravar mi heroicidad ante Hacienda.
Siempre creí que el aburguesamiento no era más que acostumbrarse a vivir entre comodidades, hasta el punto de percibirlas como necesidades básicas, los famosos "problemas del primera mundo"[2]. No es que haya olvidado de dónde vengo, simplemente sé que ya no vivo ahí, sé que otros llegarán, sé que muchos no saldrán nunca y sé que poco puedo hacer por unos u otros, porque la realidad es que salir yo sólo me ha salvado a mí. Contemplo en directo mi propio proceso mental de desclasamiento, entre tantas identidades colectivas que se han ido cayendo: el paro y la ausencia de profesión definida me excluyeron de los trabajadores, la migración me despojó de la ciudadanía, la todopoderosa maternidad va legando su gobierno; la red es la fosa que acumula corporaciones psicópatas y masas enfurecidas de las que me niego a participar... al final sólo vas quedando tú, huyendo hacia el interior, a la actividad intelectual, los allegados, el cuidado personal y, en general, ese espacio seguro y blandito que te has creado, ajeno a lo que pasa fuera de esta área de pertenencia cada vez más reducida.
Releo el blog y me pregunto quién será esta chica que, entre cursi y cabreada, tanto se expone y obsesiona con los mismos temas y, en el colmo del egocentrismo, me admiro de su prosa rotunda e intento imitar un estilo que me va como los pantalones del ayer.
1. Sí, se puede pedir beca para una universidad privada por la cantidad establecida en precios públicos; pero dados los límites de renta está claro que para pagar el resto de la matrícula necesitas una fuente de ingresos no computable: ahorro, crédito, familia...
2. El último grito en Múnich es no encontrar Putzfrau, aka limpiadora. Selbsvertständlich que hable alemán y te haga toda la casa en tres horas por cuatro perras.
2. El último grito en Múnich es no encontrar Putzfrau, aka limpiadora. Selbsvertständlich que hable alemán y te haga toda la casa en tres horas por cuatro perras.